sábado, 1 de septiembre de 2007

tres



1.
Dejemos la luz.
Todo atrás y aún más lejos.
No podría haber imaginado existiese una distancia tan grande y tan pequeña, como preguntando el número de pirámides apoyadas en el extremo de una aguja.
Pero así el territorio.
Así también el viejo deseo persistiendo más que el propio origen.
Como un molino que gira ya sin grano,
desgajando la piedra que es su alma.


2.
Conos de luz.
Pequeñísimas flores y acero al borde del camino.
(¿Lo imaginas?)
Un silencio de mandrágora, de viejos jarabes en frascos de cerámica, de estramonio frotado sobre febriles pesadillas, siluetas desnudas e informes traspasando el párpado.
Así esta noche ahora fresca,
el cansancio que se vislumbra y no se tiene
mientras el aquelarre adora al gran carnero
cuyo nombre es el nombre del caído.
¿Cuántas bestias más estarán sueltas
sumándose a esta bestia que soy y me seduce?


3.
Todas las calles se parecen.
Todos los ritos se parecen.
Condenados a la semejanza procuramos encender vastas regiones de cielo e infierno variando las proporciones de la mezcla.
La diferencia se niega o se repite y es lo mismo.
Saltamos las muelas, cortamos, cercenamos, desgarramos
aumentando la profundidad de cada vicio
o nos derrumbamos de insomnio y de jaqueca.
Pero es lo mismo.
No hay diferencias, solo algunos matices que simulan ser pociones
y luego el sueño imbécil, tortuoso, tan tenue. El ademán lucífugo.
Y también la sangre.

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